Sancris, como lo llaman los viajeros mas confianzudos, es uno de los pueblos mágicos de México. Y para los que aún creemos en la magia, es imposible no marcarlo en la ruta de viaje como punto de llegada al ceno del Méjico chiapaneco.
Lo que nunca, esa noche llegamos con reserva, que había hecho Eugenio por nosotros, un amigo mexicano que habíamos conocido antes en Argentina, y ahora estaba ahí, auspiciando de anfitrión. Ya nos sentíamos acojidos desde el primer momento, y sí, nos dejamos llevar…
Resulta que Eugenio trabajaba en El Caldero, un restaurante de comida típica sancristobalense y nosotros moríamos por probar las delicias del lugar, así que, organizamos una noche de platos que no paraban de servirse y micheladas de las buenas, como para no perder la costumbre.
Este brebaje surje de la combinación de una buena cerveza con: salsa picante, salsa inglesa, salsa tabasco y/o jugo. También se le puede agregar pulpa de frutas tropicales como tamarindo o mango. A nuestro paladar, es espesa, claro, por las salsas, pero es tan coqueta y diferente que te encanta. Habrán notado el toque de escarchado del vaso 😉 sal y chile para coronar la experiencia.
El mezcal, en su definición más antigua y acertada, es una bebida espirituosa destilada a partir de la fermentación exclusiva de azúcares provenientes de cualquier especie o variedad de agave. (www.anatomíadelmezcal.com)
Todos los caldos que probamos son exquisitos, con pollo, cerdo, vegetales, chicharrón, aguacate, mondongo, maíz, mucho chile, más chile, extra chile y mega enchilado, obvio. La cocina es totalmente casera y artesanal, siguiendo las costumbres y tradiciones de antaño. Los acompañamientos clásicos son: una buena porción de frijoles refritos y una de aguacate, ambos se sirven con nachos caseros y se comen con la mano.
Fuimos un par de veces, y la verdad que las quesadillas de nopal y de flor de calabaza nos encantaron también. Hay sincronizadas y menú infantil y el famoso Pox que todos quieren tomar.

Sepan que todos los caldos vienen con su acompañamiento, que va desde perejil, queso, aguacate, hasta cebolla, chicharrón y chile picadito.
No hagan como yo, que en mi afán de probar el combo completo, le eché todo lo que el platito traía, incuído el chile picante (sin saber lo que era) y metí el cucharón hasta al fondo. A la tercer cucharada, mi cara parecía un morrón colorado y Eugenio tuvo que salvarme intercambiando platos. Si van a comer chile, estén preparados para una de las experiencias más hot de sus vidas.
Lo ideal es ir temprano, porque siempre hay gente en las mesas y porque cierran no muy tarde. Está en pleno centro histórico, así que es fácil de encontrar y de acceder. El lugar es cálido y la atención es rápida y muy amable. Para cerrar la noche, recomendamos volver a dormir caminando, pero no sin antes hacer una recorrida por algún bar de esos pintorescos que te regala la ciudad.
Dejar un comentario