Giorgio nos había dado la dirección exacta: Via Francesco Morosini, 7. Él sería nuestro anfitrión en Torino, en un barrio de edificios aplastados por el tiempo.
Cargados como mulas, caminando de la mano y con la mirada de halcón buscando como un radar, en el número 7 hallamos la Tabaccheria Tuninetti. Sobre un portón de madera, Nacho divisó un tablero de timbres: treinta botones de acero, sin nombres ni apellidos. Deslicé mis dedos sobre el acero frío como el mármol, hasta que choqué con uno que me inspiró confianza. De repente recordé las tardes de mi infancia jugando al ring-raje en La Plata y lo hundí como matando una hormiga con el dedo índice.
Diez segundos después, se asomó por el balcón del tercer piso una anciana de cabellera nevada, con sus ropajes en capas como una milhojas y el palo de amasar en una mano.
—Ciao —arrojó desde lo alto.
—Ciao —copiamos.
—Quello è il mio campanello —sentenció con cara de pocos amigos.
—Noi buscamo a Giorgio, un amico! Voi lo conocere? —Vimos que no entendía una mísera palabra de nuestro espantano (combinación de español e italiano).
—Chi è Giorgio? Quello è il mio campanello! —insistió la nona.
—Siamo buscando a il nostro amico Giorgio que vive cua, ma no sapemo il campanelo! —La cara de la señora se puso violeta como una berenjena.
Dos chicas entrometidas escucharon el griterío desde el balcón de enfrente.
—Possiamo aiutarti? —preguntaron entre risas
Intentamos explicarles.
Llegamos a creer que Giorgio no existía, o que nos habían emboscado en un programa italiano de cámaras ocultas.
—Debemo quiamare al nostro amico que vive cua —respondimos.
Pasaron varios minutos, la vieja de arriba gritaba cosas en italiano y las chicas se reían de nuestros intentos fallidos por comunicarnos.—Oh! You need a phone? —dice una de las chicas en perfecto inglés.
—Yes! Un cellulare! Para chiamare al nostro amico! —grité como si hubiera descubierto América.
Una de las chicas bajó del quinto piso y nos prestó su celular. Sonaba y sonaba pero nadie atendía. ¿Sería todo una farsa? Y nosotros ahí, volviéndonos expertos en lenguaje de señas…
La vieja gritaba, las chicas se reían, el teléfono sonaba, cuando el portón se abrió.
Esta es una historia mínima de nuestro viaje por Italia, que realmente sucedió y escribí como parte de la tarea asignada por Aniko Villalba y Laura Lazzarino en el Taller de relatos de viajes que hice con ellas (Mar).
Si necesitan info para viajar por Italia miren esta guía completa.
Espero que los haya divertido y que la compartan! Dejen sus comentarios abajo… Les pasó algo parecido alguna vez? Cómo se las arreglaron? Cuenten! 😉
Dejar un comentario